Desde muy pequeña empecé a sentir una gran admiración, devoción y amor por los animales. No sé si influyó que con poco menos de dos añitos me tuvieran que operar de la cadera y me pasara casi año y medio postrada en una silla y con una escayola desde la cintura a mi pie derecho, que me permitía hacer absolutamente nada. Pero que gracias a ello aprendí a observar, a disfrutar y amar a todos los animalitos que pasaban por mi lado.
Con esa edad, es cuando un peque empieza a andar, a correr y cuando quiere y necesita cotillear por todos lados. Yo no podía. Me tenía que ceñir a ver las cosas que había a mi alrededor, 180 grados que me permitía recorrer mi vista sentada en la silla. En aquella época mi padre, mi madre y yo, vivíamos en una “casi chabola”. Mi padre tenía su primer destino como médico en un pueblecito pequeño, el dinero no nos llegaba para mucho y mi nacimiento conllevaba un gasto más. Mi madre podría haber decidido quedarse conmigo en casa de sus padres hasta que la situación económica y de vivienda mejorara, pero decidió que no quería estar sin mi padre y que no podía privarle de su hija, yo. Así que emprendimos la aventura. Cuatros años de mi vida, mis primeros cuatro años, que recuerdo muy bien, aunque sea raro, y que los tengo en la memoria como una de las mejores etapas de mi vida.
Esa casa vieja, llena de agujeros en las ventanas y puertas y con un patio interior enorme que era el lugar de reunión de todos los gatos del pueblo, me enseñó a que no necesitaba corretear por todos lados y recorrer cada rincón de la casa para ser una niña feliz. A mi alrededor, rodeando mi silla había un sinfín de posibilidades maravillosas, animalitos mirándome y pidiéndome comida, insectos buscando posarse en las plantas más bonitas, arañas preciosas construyendo las trampas con sus telas… Daba igual donde mirara, que siempre había un animalito al qué mirar o una situación que observar.
Por esa casa y entre mis manos pasaron muchos animales. Recuerdo que venían a verme, yo quiero pensar eso y no que se reunían en mi casa antes de que nosotros llegáramos, unos 10 o 12 gatos cada día. Rodeaban mi silla y me pedían comida, les encantaban las magdalenas. Tuvimos un gallo americano, una paloma, diferentes pajaritos. Por no hablar de los insectos, arañas y hasta un escorpión que pasó a verme en la cocina…y que, si no llega a ser por mi madre, lo mismo no vivo para contarlo… Aunque en realidad, estoy segura que no me habría picado y que sólo quería saludarme.
Fueron cuatro años maravillosos en los que no eché de menos absolutamente nada. En los que abrí mi corazón y mi mente a los animales y que aprendí lo importante que es la vida de cualquier ser vivo. Desde entonces he ido teniendo diferentes mascotas con las que he disfrutado, compartido mi vida y llorado cuando han abandonado este mundo. Actualmente vivo con mi pareja, dos gatitas, un perro y una serpiente. Y no tengo más animales porque de momento no podría hacerme cargo de más… pero reconozco que sería feliz en cualquier sitio rodeada de animales.